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domingo, 12 de enero de 2014

"La Busca" - Pío Baroja

Uno de los escritores más grandes que ha nacido en este país y representante adelantado de la Generación del 98 es sin duda el gran Pío Baroja. Nacido en San Sebastián en 1872, es uno de los exponentes literarios más importantes de la primera mitad del siglo XX. Su obra suele agruparse en trilogías o tetralogías y la obra a la que hoy me refiero es la primera de la llamada "La lucha por la vida", un nombre ciertamente esclarecedor de las situación de la población más pobre y desfavorecida, que nos presenta en el interior de estas novelas. 


En "La Busca" Baroja nos cuenta la vida de un chaval, criado en un pueblo de Soria, que se ve obligado a viajar a Madrid para vivir con su madre, cuando los parientes del pueblo no lo quieren mantener más en su casa. La madre de Manuel, trabaja como señora de la limpieza de una pensión de mala muerte en un barrio de la capital. Y es a partir de su llegada a dicha pensión, cuando el magistral escritor, utiliza a este muchacho como conducto para describirnos un visceral, pero magistral cuadro de la vida más oscura y pobre de los barrios periféricos de Madrid.

A lo largo de los capítulos, Baroja nos va desgranando la vida de los habitantes de estos barrios. El día a día de una pensión, sus curiosos habitantes, la cotidianeidad de la convivencia en una corrala llena de suciedad y oscuridad, los oficios a los que los más avispados se arriman para conseguir, de lo que los demás deshechan, un medio por el que llevarse algo de comer a la boca, la vida de los vagabundos y gamberretes que entre juego y siesta, parasitan a lo largo del día por los barrios y caminos. Por supuesto, los asuntos más desgraciados y denigrantes campan en la vida de las busconas y prostitutas, unas desdentadas por la edad y otras, niñas con pocos años, que buscan la manera de vivir y no morir en una sociedad en la que el más fuerte subsiste y el más débil termina por desaparecer. Farsantes, brutos, violentos, habitan los tugurios más nauseabundos y miserables de estos arrabales, y en el fondo todos ellos, desde el más fuerte al más miserable, son unos desgraciados que malviven en un Madrid que siempre, siempre queda demasiado lejos del centro más burgues de la capital.

Sin embargo Don Pío consigue, con sus descripciones, sacar partido literario de estos pintorescos barrios tan desfavorecidos. Cómo no, se representa el Rastro de Madrid, como el auténtico centro de mercadeo y negocio de un submundo que juega entre la supervivencia del buscavidas y el pobre trabajador que, como el trapero que aparece en el último tercio del libro, subsiste con honestidad entre tanta pobreza. Y precisamente la riqueza de las descripciones de ese Madrid recóndito, pero muy real, hacen que Baroja consiga trasladarnos a esos paisajes llenos de colores, olores, detalles y sensaciones que sin duda glorifican el castellano y su vocabulario, a pesar de la tristeza y desgracia que transmiten.

Un texto duro, muy duro, lleno de penalidades, tristeza y pobreza, en la que los parásitos deambúlan por las calles sin saber si su futuro dará más de un día de sí. Aún así, nuestro protagonista Manuel todavía cree, al final de libro, que más vale malvivir honrado que vivir como sus farsantes compañeros de historia. Y eso a pesar de los males de amores, que alguno que otro, sufre durante la novela, pero con la misma suerte que su triste vida. Un gran relato, de un gran novelista, sobre lo peor y más escéptico de una sociedad escondida y olvidada.