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miércoles, 13 de enero de 2016

"Kingsman. Servicio secreto"

Matthew Vaughn es ya un referente del cine británico. Sus películas, dentro de lo variopinto del género que toque, siempre logran presentar al espectador, calidad, buenos guiones y cierta manufactura de dirección elitista. Desde el thriller "Layer Cake", pasando por la fantasiosa y fresca "Stardust",  hasta la irreverente "Kick Ass" y su escarceo con los X-Men en "Primera generación". Todas ellas, gozan de buen pulso en la dirección y cierta elegancia en su realización y postproducción.

 
No podía ser menos, que en su última película estrenada en 2014, se atreviera en un nuevo género, el de espías. Y no es broma, el riesgo asumido, considerando la cantidad de producciones del último año dedicadas a agentes secretos y sus carreras por salvar el mundo. Más, teniendo en cuenta que nos referimos al cine británico, donde James Bond y su entorno, son los reyes de la pantalla. Sin embargo, su aspiración a conseguir crear una película con cierto empaque humorístico, pero también en la que pretende homenajear y por qué no, refrescar la figura del eterno espía gentelman, logra actualizar y rejuvenecer en toda regla un género, algo encorsetado, convirtiéndolo en un ciclón elegante y divertido, de acción, misterio y espionaje.
En este caso, una organización del gobierno británico, llamada Kingsman, esta compuesta por una serie de agentes, típicamente británicos y de corte gentleman. Cuando uno muere en acción, le suple algún prometedor joven que pueda aspirar a suceder como agente superdotado. En este caso, el hijo del agente fallecido, vive en una zona obrera de Londres, con su madre viuda, que lleva un conflictiva relación con un mafioso de medio pelo. El agente protagonista, interpretado por Colin Firth, lo apadrina y convence al chaval para entrar en la carrera por hacerse con el puesto. Mientras, un afamado y excéntrico rico norteamericano de las redes sociales y medios de comunicación, encarnado por un graciosísimo pero exagerado, Samuel L. Jackson, juega a hacerse con el mundo. La evolución del muchacho, interpretado por Taron Egerton y el aprendizaje con su maestro, harán que se encuentren en primera línea en su misión de salvar el planeta de semejante mente del mal.
Viendo el argumento y el enfrentamiento del bien y el mal, con la típica idea del agente británico, héroe, elegante e invencible, contra un poderoso ricachón con hambre de poder, la mente nos lleva inmediatamente a las películas de Bond. Pues efectivamente, Vaughn imita y rejuvenece la típica película de espías, aportando tanta frescura y acción, que presenta un toque nuevo, algo irreverente y muy entretenido, al género. Por un lado presenta la esencia de la agencia de espías y agentes, dentro de la elegancia y snobismo, tan típico, jugando con cierta parodia, elevando lo tradicional a límites casi exagerados. Por otro lado, la participación del hijo del agente fallecido, da la visión más joven y moderna de una Inglaterra actual. El encaje en el que se fusionan estos elementos, junto a un malo, malísimo, norteamericano, de color y excéntrico, cuadra el círculo. 
El resultado es pirotécnico, elegante, divertido y altamente entretenido. Superficial sí, paródico, también, pero efectivo. Si unimos la participación de dos actores de relumbrón, como son el magnífico Michael Caine y un siempre sólido, Mark Strong, tenemos, lo que podríamos llamar la metamorfosis del género de espías, dirigido a un público más joven y moderno, eso sí, sin caer en demasiadas extravagancias. Solo las justas, situando a este film como un producto vital. En la linea de un, siempre efectista y sólido Matthew Vaughn. Por supuesto, lo mejor de la película, un ejemplar y elegantísimo Colin Firth. Entretenimiento para adultos, camuflado en una pretendida renovación juvenil. Bravo.


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