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martes, 3 de octubre de 2017

"Pax Romana" - Adrian Goldsworthy

La editorial Esfera de los Libros publicó el pasado mes de marzo un nuevo ensayo del historiador británico Adrian Goldsworthy. Este autor tiene en su haber gran número de estudios sobre la antigua Roma, de los que he reseñado en este blog los dedicados a Julio César y Augusto. En el libro que se ha editado en nuestro país este año 2017, Goldsworthy realiza un viaje desde la República hasta el Bajo Imperio Romano, con un leitmotiv tan interesante como tan propiamente romano: la Pax Romana.


Ya en la introducción aporta los pilares sobre los que discurrirán las 560 páginas del ensayo. Desde su perspectiva, la paz en Roma nunca fue absoluta, sino más bien relativa y, sin embargo, su prosperidad esta basada en un este entorno de relativa situación pacífica dentro de sus amplias fronteras. La expansión romana aún no siendo algo específicamente buscado, se hizo realidad por la búsqueda intrínseca de beneficio por parte de los romanos en un entorno, en su época arcaica, en el que sin duda tuvo que hacerse sitio y guerrear por evitar su derrota y posible desaparición como entidad propia. Por ello, la paz de Roma, proviene previamente de la idea de Victoria, cuya herramienta principal y más prestigiosa eran sus legiones. A partir de esta conquista, la misión más importante era gobernar bien y establecer la paz y los servicios necesarios sobre los conquistados. La prosperidad  y los rendimientos vendrían después. Con esta premisa, los romanos gozaron de más éxito que sus vecinos y enemigos, creando su Imperio, que se prolonga en el tiempo, bajo la forma de provincias y fronteras, estas últimas, no siempre claramente delimitadas. Pero esa paz tenía un coste, el que debían pagar los conquistados. Sus vidas se romanizarán bajo el ejemplo de Roma, creando beneficio no solo para la capital sino también para sus provincias. Todo ello no quita que esta paz fuera difusa a lo largo de ambos periodos en los que al autor divide el libro, la República y el Principado.

En la parte correspondiente a la República, Goldsworthy compartimenta los capítulos desarrollando el auge de Roma, sobre todo desde el siglo III a.C. Un auge que comienza con la derrota de sus vecinos más cercanos, latinos, griegos o cartagineses, para luego saltar el Mediterráneo hasta tierras más lejanas como Hispania, Africa o Asia gracias a su imponente arma militar: la legión. Roma deberá entablar un juego de alianzas y guerras, intercambiando aliados y rivales, cuya partida más importante en pleno siglo I a.C. fue la conquista de la Galia y la relación posterior con Germania. El autor no olvida valorar la importancia en la expansión de la República de comerciantes, quienes utilizando las vías, caminos y ríos, se adentran en territorios no siempre conquistados, aportando relaciones económicas e iniciando el proceso de romanización en las zonas correspondientes, para mayor gloria de Roma. Posteriormente, las provincias, sus gobernadores y representantes deberán entablar relaciones con reyes, aliados y enemigos, para establecer los pilares y fronteras de lo que será en breve el Imperio Romano.

En la segunda parte del libro, la referencia al Principado es inevitable. Roma, para la mayor parte del público es Imperio y, en este caso, la estructura administrativa y política, es el basamento de una paz gobernada por los emperadores. Augusto es pieza clave de este periodo. Su novedosa revolución en la administración y gobierno de un territorio tan expandido como asentado en general, abre un periodo lleno de posibilidades. De la misma manera que la paz se genera en sus territorios, es inevitable la aparición de terribles rebeliones. Germania, Galia, Britania o Judea son algunos ejemplos. Por ello, la resistencia y los disturbios a veces venían generados no por la simple ocupación, sino más bien por la actuación corrupta de algunos gobernadores, o simplemente por la divergencias respecto a los tributos a pagar a la capital de Imperio. Goldsworthy pone como ejemplo de gobierno provincial a la figura de Plinio el Joven en Bitinia y Ponto. Conforme narra su administración, va explicando al lector las circunstancias y vaivenes con los que un gobernador se encuentra en las distintas provincias. Las ciudades crecen, los lugareños se romanizan, la administración se desarrolla, tanto fiscal como judicialmente y en ocasiones sufren el abuso de gobernadores que desean terminar su mandato rebosantes de oro y riqueza.

En los dos últimos capítulos y dentro de la parte dedicada al Principado, el autor desarrolla la figura del ejército, las fronteras y la labor de la guarniciones en la provincias. La romanización es una consecuencia de la dominación, la diplomacia y la fuerza militar, pilares firmes de una Roma que buscaba potenciar dentro de sus fronteras la Pax Romana. Aún así algunas campañas militares orquestada por los emperadores del siglo III d.C., solo buscan acrecentar su fama, territorio y poder. Como sucedería durante muchos años con las campañas contra Partia.

En definitiva, con este ensayo, Goldsworthy desarrolla y justifica la presencia en la historia de una Roma que nunca aceptó a ninguna nación como un igual. Su tarea de pacificar a los pueblos era una herramienta utilizada con el fin de beneficiarse a sí misma, utilizando lo que hiciera falta por conservar su prestigio. Ya sea sofocando rebeliones, evitando guerras internas o externas que le pudieran afectar, con tal de mantener su Imperio y status quo, conduciéndole directamente al desarrollo de la llamada Pax Romana. Esta paz nunca fue absoluta, pero dio estabilidad y seguridad a sus provincias y fronteras. Para terminar sentenciando que su creación y elaboración fue muy laboriosa y necesitó de mucho tiempo, hasta quedar labrada a piedra en la historia de la humanidad.

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